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LOS MISKITO VI

  • Foto del escritor:  elnuevodiario.com.ni
    elnuevodiario.com.ni
  • 18 abr 2018
  • 5 Min. de lectura

Los Indígenas Miskito viven y sobreviven en las selvas hondureñas y provienen de los esclavos negros que habían escapado de sus amos y que huyeron hacia la selva Mosquitia, para evitar que los capturaran. Estos fugitivos se casaron con integrantes de las tribus indígenas locales y se convirtieron en los indios miskitos. La tribu adquirió protagonismo durante la Guerra de los Contras de Nicaragua, cuando huyeron del conflicto de a millares para buscar refugio en los campos de refugiados o seguridad en los campamentos armados que estaban protegidos por los Contras, situados en la Mosquitia hondureña. Aunque el nombre Miskito podría sonar como proveniente del insecto Mosquito o, según creen algunos, de los mosquetes que usaban los británicos, el nombre realmente tiene su origen en un jefe conocido con el nombre de Miskut.


Los Indios Miskito, que todavía viven en las zonas de Nicaragua y Honduras, protegen con fiereza sus amadas selvas haciendo campañas para conservar sus derechos como protectores de la tierra donde viven, para construir hospitales y escuelas, y para defender a sus pescadores de langostas. La venta y compra de langosta constituye una industria que en Nicaragua emplea a unos 4000 ó 5000 miskitos que bucean y traen langostas de los océanos, para terminar en las mesas de Estados Unidos y Canadá. Para los miskitos siempre fue una tradición pescar langostas para su propio consumo, pero el comercio y la industria de las langostas han crecido rápidamente, y han ejercido una presión cada vez mayor sobre los buceadores. Los buceadores miskitos no están protegidos por la industria y muchos mueren o quedan inválidos por la falta de cámaras de descompresión y por no estar conscientes de los peligros. Se calcula que aproximadamente 1500 buceadores han quedado discapacitados por la industria que sigue presionando a los miskitos para que buceen a mayor profundidad en los océanos y por períodos más largos. Y no son sólo cuestiones laborales las que afectan a esta pacífica comunidad. Cuando uno navega por el Río Coco, es común ver una villa de miskitos sobre las orillas del río. Éste ha sido su hogar durante cientos de años y los chicos corren en el agua, las mujeres atienden sus obligaciones y el suave humo que sube silenciosamente de las fogatas es una escena muy engañosa que se muestra tan pacífica ante los visitantes que no conocen la historia de Nicaragua. Durante la guerra, ambos bandos colocaron muchas minas terrestres y granadas anti-tanque en el río y en torno al mismo. La tranquila y apacible existencia de esta gente se vio invadida por la guerra en un área que es tan remota que nadie los había molestado durante muchos años. Ahora, después de que la guerra terminó y que los soldados se fueron, los miskitos siguen peleando la guerra. Los miskitos pierden mucho ganado por las minas que simplemente quedaron abandonadas allí. El ganado es muy importante para los miskitos, dado que de eso viven, tanto para alimentarse como para comerciar. Desafortunadamente no sólo el ganado sufre por las consecuencias de la guerra, sino los inocentes niños miskito que mientras juegan, muchas veces son víctimas del horror y el trauma de las minas terrestres.


Más de 30.000 integrantes del milenario pueblo mayagna están en peligro de desaparecer junto a la selva que les sirve de hogar en Nicaragua, si el Estado no adopta acciones inmediatas para frenar la destrucción de la Reserva de la Biosfera Bosawas, la mayor área forestal de América Central y la tercera del mundo.

Arisio Genaro, presidente de la nación indígena mayagna, recorrió más de 300 kilómetros desde su comunidad, asentada en las periferias de la reserva, para denunciar en mayo en Managua que el hábitat que sirve de hogar a su pueblo desde hace siglos, está siendo invadido y destruido por mestizos oriundos de las costas del océano Pacífico y del centro del país.

Al comenzar junio, Genaro volvió a la capital para participar en varias actividades académicas dirigidas a crear conciencia ambiental entre estudiantes universitarios de Managua y denunciar a quien lo quisiera oír que su territorio ancestral es destruido por campesinos decididos a extender la frontera agrícola invadiendo el área protegida con 21.000 kilómetros cuadrados de superficie total.

El jefe mayagna contó a Tierramérica que en 1987 la zona núcleo de la actual Reserva de la Biosfera tenía una extensión de un millón 170.210 hectáreas de bosques vírgenes y una población estimada en menos de 7.000 indígenas.

En 1997, cuando fue declarada Patrimonio de la Humanidad y Reserva de la Biosfera por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), la reserva contaba con más de dos millones de hectáreas de especies forestales y bosques tropicales húmedos, tanto en su zona de amortiguamiento como en la zona núcleo.

Para 2010, con un pueblo de aproximadamente 25.000 personas, el bosque se había reducido hasta 832.237 hectáreas, según cifras de Genaro.

La presencia de campesinos mestizos en sus dominios, se calculaba en 5.000 colonos en 1990 y se había disparado a más de 40.000 en 2013.

“Están quemando todo para sembrar, botan bosques para meter vacas, arrasan los grandes árboles para vender la madera, disparan a los animales y secan los ríos para hacer caminos”, denunció Genaro a Tierramérica.

Antonia Gámez, jefa mayangna de 66 años, también dejó su comunidad para dar testimonio en las ciudades del Pacífico sobre la situación que atraviesa su nación en Bosawas, cuyo nombre se compone de las primeras silabas de sus principales límites: el río Bocay, la montaña Salaya y el río Waspuk.

“Antes toda nuestras familias vivían de lo que daba la naturaleza, el bosque es nuestra casa y nuestro padre, nos ha dado comida, agua y techo.

Ahora los más jóvenes buscan trabajos en las nuevas fincas que se hacen donde antes era el bosque y los más viejos ya no tenemos donde ir, porque se nos está acabando todo”, dijo a Tierramérica en su lengua, con ayuda por un traductor.

Recordó que en el bosque ellos sembraban sus granos y frutos; cazaban con flechas lo necesario para comer y existía abundancia de cangrejos en los ríos, chanchos de montes o jabalíes, tapires, pavones, gallinas, pescados y venados.

“Ahora los animales se fueron. Con cada ruido de disparo o montaña que botan, o se mueren o se van selva adentro.

Ya no quedan muchos que cazar”, denunció durante su visita a Managua.

En parte de la reserva también habitan miskitos, del pueblo originario más numeroso en este país, donde los grupos originarios tienen por ley derecho de propiedad y usufructo colectivos sobre las tierras donde viven.

La denuncia de los indígenas fue corroborada a Tierramérica tanto por actores sociales independientes como por autoridades estatales.

La antropóloga Esther Melba McLean, del Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Costa Atlántica de la Universidad Bluefields Indian and Caribbean , ha dirigido estudios que advierten que de no frenarse la invasión mestiza y destrucción del bosque, tanto los mayangnas como las especies animales y vegetales de Bosawas podrían desaparecer en dos décadas.

“La destrucción del bosque implicaría más que el final de una etnia, el fin del sitio donde vive 10 por ciento de la biodiversidad del mundo”, dijo a Tierramérica.

Allí tienen su hábitat especies endémicas como las salamandras del saslaya y de la selva, el águila de musún o el aguilacho de penacho, que integran la lista de fauna en extinción de organizaciones ambientales locales, que también indican que hay muchas especies aún sin registrar.



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